viernes, 23 de diciembre de 2011

El recuerdo de Frida Kahlo, la Casa Azul en Coyoacán, y los platillos ofrecidos el día de su boda con Diego Rivera.

Hace unos días leyendo uno de mis newsletters favoritos,  Doña Guadalupe Loaeza ha tenido a bien reenviarnos un artículo suyo titulado “Las dos Fridas” con fecha del 2007, año en que se llevó a cabo el homenaje Nacional con motivo al centenario del nacimiento de Frida Kahlo. Al concluir la lectura me di a la tarea de buscar un libro que hace algún tiempo adquirí y que no había tenido la inspiración de abrir.


Poco a poco retiramos el plástico que cubría el libro de pasta dura y poco a poco nos dispusimos a hojearlo, las fotografías llaman poderosamente la atención por su hermosura, y por la manera en como Don Ignacio Urquiza logra capturar a través de la lente la esencia de los alimentos, cautivando siempre a los lectores a través de las suculentas imágenes. El libro se titula “Las fiestas de Frida y Diego, recuerdos y recetas”, autoría de Guadalupe Rivera Marín y Marie-Pierre College Corcuera.
Un libro, como lo dice su título, lleno de recuerdos de la época en que la autora vivió con Frida Kahlo y Diego Rivera en la Casa Azul de Coyoacán.
Al inicio de la lectura, la autora nos narra un poco de su historia y nos prepara para disfrutar en cada capítulo las festividades que se realizaban en La Casa Azul. Un recetario que inicia en el mes de Agosto, con la fiesta de bodas de Frida y Diego.

 
 
Una ceremonia que se llevó a cabo en la azotea del edificio donde vivía Tina Modotti, lugar sencillo que fue decorado con banderitas y papel picado multicolor del cual pendían tiernas palomas que portaban en su pico mensajes de amor. El banquete nupcial siguió la tradición de las bodas sencillas de la época, los invitados se deleitaron con los platillos preparados por Lupe Marín, como el arroz a la mexicana, el arroz blanco con plátanos fritos, y los huauzontles en salsa verde, además de los chiles rellenos de queso o picadillo servidos en caldillo.
Hubo platillos que fueron preparados por  las cocineras contratadas del mercado cercano a la casa de Tina, como la sopa de ostiones (platillo que no podía faltar debido a la creencia de sus poderes afrodisíacos), mole negro, frijoles y al parecer hubo varios postres: torrejas, capirotada y el tradicional pastel nupcial.
He aquí un fragmento que nos narra tan dulce presencia:  “Todos, sin excepción, comieron por lo menos una rebanada del rico pastel de bodas que Frida mandó a hacer en la principal panadería de Coyoacán, adornado con palomitas y rosas hechas de betún blanco y en la última de las capas pasteleras, con una pareja de novios en pasta de azúcar, vestida ella con un hermoso traje de tul blanco y el con frack, chistera y guantes; unos novios de azúcar que nada tenían que ver con los contrayentes de carne y hueso, antítesis de lo formal y conservador…
 
Una lectura muy amena que motivo el deseo de visitar a Frida, de visitar la Casa Azul de Coyoacán.


Vacaciones de verano, un buen momento para darnos una escapada a la Ciudad de México. Estamos en la cosmopolita Polanco, caminamos un poco y llegamos a Eno Petrarca lugar ideal para un desayuno ligero. Un delicioso cuernito relleno de jamón y queso. La plática de lo más agradable, es un día de descanso, no hay prisas… llegan dos capuccinos a la mesa y al ponerle el sobrecito de azúcar a su café, mi querida amiga Tanya exclama: ¡mira se formó un corazón con la canela y la espuma del café!. Es sin duda el amor del verano que flota en el ambiente…
Habiendo disfrutado del desayuno, y después de algunas compras literarias, nos dirigimos entonces a Coyoacán, breve caminata y finalmente ante nosotros la fachada de la casa de Frida Kahlo, nos encontramos frente al número 247 de la calle Londres, una larga fila de turistas, juntos esperamos con paciencia el turno para entrar al lugar.



Algunos judas suspendidos en lo alto de las paredes nos dan la bienvenida, acto seguido nos adentramos en el mundo de la Casa Azul, un mundo maravilloso, que alberga el recuerdo de la pintora mexicana y artista latinoamericana más conocida a nivel mundial.
En la primera sala, la chimenea de inspiración prehispánica diseñada por Diego Rivera, y que nos hace recordar el Anahuacalli, museo de arte prehispánico diseñado por Rivera y cuya construcción se concluyó después de su muerte gracias a Doña Dolores Olmedo.

 


Una a una vamos descubriendo la obra de la pintora, el retrato de su padre Guillermo Kahlo (1952),  “ Las Sandías”, en cuya apetitosa rebanada puede leerse la frase “Viva la vida, Frida Kahlo, Coyoacán 1954, México”.

 
Discretamente en algunos muros del museo se pueden leer frases memorables de la artista: 

                            “Pies para que los quiero si tengo alas pa´volar” Frida Kahlo.


En la segunda sala un retrato inacabado al igual que un árbol genealógico titulado “Mi familia” (1949). 




La paleta de colores que utilizaba Frida y el significado que le dio a cada uno.  En la tercera sala, los secretos de la Casa Azul, archivos y objetos que fueron descubiertos pasados los 15 años que Diego Rivera pidió se conservasen cerrados el baño de Frida y el suyo. Lugares que se habían convertido en bodegas.


Destaca un recorte de periódico fechado el 19 de Octubre de 1942. Titulado “Posando para Diego Rivera, El célebre muralista jamás ha sufrido por ser hombre feo. Un secreto para hacer la corte a las mujeres hermosas”. 

Llegamos a la sala cuatro, algunos diseños, bosquejos y un plano del Anahuacalli. Continuamos con el recorrido y justo a un lado de la puerta que conduce al comedor, con un marco de luz, el conocido retrato de Frida con sus brazos cruzados y al cuello un rebozo color rojo ladrillo.
 

“Cada (tic-tac) es un segundo de la vida que pasa, huye y no se repite. Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es solo saberla vivir. Que cada uno lo resuelva como pueda”. Frida Kahlo.


El comedor con su mobiliario amarillo, y su colección de vajillas de barro. Dos enormes balcones permiten la entrada de suaves corrientes de aire que resultan muy refrescantes.



Al fondo,  la habitación de Diego Rivera, en una de las mecedoras un cojín bordado, “despierta corazón mío” parecen decir los dos angelitos que sostienen un corazón.

Y llegamos finalmente al lugar esperado, la cocina, misma que fotografiamos ampliamente, pequeños jarritos de barro forman los nombres de los artistas, uno en cada esquina. Enmarcando la ventana dos enormes palomas formadas igualmente por jarritos color natural, amarillos y verdes.


Las ollas descansan en el fogón, pareciese que en cualquier momento llegará la cocinera y el lugar se llenara de los exquisitos aromas de la comida del día. En el marco de la puerta, comparten con el mundo entero la receta del Mole Poblano.  Platillo que se preparó infinidad de veces en la Casa Azul.


Subimos las escaleras y llegamos al estudio, una amplia biblioteca, el caballete, las pinturas y pinceles que reflejan el largo tiempo que han permanecido quietos.
“Jamás en toda la vida, olvidaré tu presencia. Me acogiste destrozada, y me devolviste íntegra,
entera.” Frida Kahlo.


En el pasillo, su vestido, en la siguiente habitación frente a la puerta, la recámara de día, el ver su cama con la máscara mortuoria ha sido impresionante, más aún el ver un corsé sobre la mesita, en la recámara de noche.

 

Es un golpe profundo que se alivia al bajar las escaleras y pasearnos por el jardín. Un jardín muy hermoso, enmarcado por el azul profundo de las paredes y decorado por las figuras prehispánicas que nos hacen recordar nuestros orígenes.


           Una serpiente labrada en piedra nos mira sonriendo, no podemos más que sonreír también.

 
Publicado por la Unión de Morelos el viernes 22 de julio del 2011

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